Minuto 73 córner a favor de España. Xavi centra y………golazo de Puyol!!! España 1- Alemania 0. La selección estaba a 17 minutos de llegar a la final del mundial, y yo a 72 de que cerraran los mostradores de facturación de mi vuelo dirección Mongolia con escala en Moscú.
Así que di el último trago a mi cervecita, y rumbo a Barajas. 55 minutos antes del vuelo estaba facturando solo, sin colas. Intuyo que todo el mundo siguió las recomendaciones de las aerolíneas y las agencias: “id con tiempo, al menos 2h antes…”, y me alegro de que la gente sea tan fiel y cauta; mi costumbre últimamente de llegar a los mostradores minutos antes de cerrar se veía recompensada una vez más.
El vuelo a Moscú ronda las 5 horas, y el de la capital rusa a la mongola, unas 6. Al llegar a Ulan Bator unas cuantas horas después, y mientras sacaba dinero Mongol en el cajero del aeropuerto, un chico se me acercó «taxi taxi…». «How much?» le respondí yo…y después de ponernos de acuerdo, rumbo al hostal donde habíamos quedado todos los de la expedición.
Ulan Bator, capital de Mongolia es una ciudad sucia, desordenada y hecha polvo. No hay reglas, los coches conducen por donde sea, como sea. Está atascada constantemente, con agujeros, baches…eso lo poco que está «asfaltado». A lo largo de nuestro viaje nos encontramos muchas alcantarillas
sin tapa, que se hace especialmente peligrosas con la moto por lo que tienes que ir con mucho ojo. En Mongolia residen unos 2,5 millones de habitantes de los que la mitad viven en la capital. Su extensión es unas 5 veces España, así que la inmensidad de tierras sin apenas gente es brutal. Es un país alto, nunca bajamos de 1300 metros de altitud, rebasando en ocasiones los 3.000. Grandes y amplias llanuras casi perfectas durante miles de kilómetros con filas de oscuras montañas lejanas a los lados, que estás deseando que se te crucen en algún momento para ponerte más a prueba. Durante el verano, el sol se entremezclan varias veces al día con algunas grises nubes, lo que hace cambie la temperatura con frecuencia y te de la sensación de que las montañas te fruncen el ceño rápidamente como si te retara a un duelo mano a mano. No hay asfalto, solo algunas pistas de tierra, que aparecen y desaparecen a cada momento, por lo que no te queda más
remedio que elegir tu propia aventura. Ir sin brújula haría de la travesía una difícil tarea, ir con ella, casi te asegura el éxito en tu destino. Cuando viajas durante cientos de kilómetros en grandes planicies, es bastante fácil desviarse poco a poco de la trayectoria correcta, y puedes aparecer algunos kilómetros más allá de lo esperado.
Volviendo a mi llegada al país, al llegar al Hostal (Oasis Guest House), me encontré con un chaval al que le pregunté si era de la empresa de Expediciones con la que viajaríamos. No era el organizador, pero resultó ser uno de los seis moteros que irían conmigo en el viaje. Su nombre era Barney,. Barney es un tío grandote, rubio de ojos azules, australiano de 33 años con ascendencia alemana, y fuerte acento Aussie (australiano). Me confirmó que Lee, el organizador, andaba por el hostal al que él había llegado un día antes, y que poco después conocería. El hostal tenía un toque aventurero, a juzgar por el número de motos y 4×4 que allí descansaban. Todo el mundo habla con todo el mundo, comentan itinerarios, rutas. Es fácil encontrarse gente actualizando sus blogs en su portátil mientras otros desmontan media moto en el jardín buscando el ruido que tanto les ha acongojado en los últimos días. El Hostal es gestionado por una pareja austriaca de forma curiosa: al llegar, en un archivador creas tu ficha con tu nombre, y durante tu estancia eres libre de comer y beber lo que quieras, sirviéndote tu mismo, siendo tú el responsable de ir apuntándolo en tu ficha durante los días que allí te hospedes. Nadie lo controla, solo tú y tu honestidad.
Después de hacer el Check in y dejar mis cosas sobre mi cama en una de esas tiendas típica del país, redondas y blancas donde viviría los próximos dos días, y aceptar allí mismo la cerveza que me ofrecía mi nuevo amigo australiano, poco a poco fueron apareciendo el resto de compañeros: Jeff, Basel, Andrew, Derek y nuestro joven mecánico, Tim, que ultimaba algunos detalles en las motos. Es curioso pensar que con aquellos desconocidos y dispares en cuanto a edad, trabajo, nacionalidad…el simple hecho de nuestra pasión por la moto nos iba a hacer pasar más de 700 horas seguidas juntos. La compañía en viajes así es pieza fundamental del éxito de la aventura.
Un par de horas más tarde Barney y yo decidimos bajar al centro de la ciudad. Llamamos a un taxi desde el Hostal, y de nuevo los 15 minutos de trayecto se convirtieron en toda una aventura. Casualidades de la vida, esta ciudad tan solo tiene una plaza “arregladita”, que es donde está el parlamento donde merece la pena tirar algunas fotos, tuvimos la suerte de que el presidente del país llegaba en ese momento a conmemorar el día de la independencia de China y los ejércitos perfectamente uniformados y desfilando en la plaza (no serían más de 100 soldados), daban un color especial al son de los tambores.
Cansados de nuestros minutos de turismos común, decidimos refrescarnos con una cerveza del país. Barney, como buen australiano, es un empedernido bebedor de cerveza o de lo que sea, casi al nivel de los ingleses. Como no podía ser de otra manera, lo uno llevó a lo otro, lo otro al más allá…y casi a gatas aparecimos en el hostal a las tantas de la mañana.
Al día siguiente arrancaba oficialmente la expedición, aunque lo hacíamos con un Training Day, para probar las motos, hacer un poco de OffRoad, adaptar los GPS y cualquier elemento de la moto con el que no estemos cómodos. Y así fue, durante unos 200 kms por los alrededores de Ulan Bator estuvimos la tarde del sábado. La mañana fue más teórica, breafing del viaje, manejo del GPS, tracks y Waypoints a seguir, soluciones en caso de pérdida, charla sobre las motos y kit de reparación que llevaríamos…En mi caso apenas tuve que retocar la palanca de marchas y la del freno trasero un poco para adaptarlo a las rígidas Alpinestar Tech 7 que calzaría durante todo el viaje.
Al día siguiente todos esperábamos impacientes que la expedición arrancara por fin. Sin que sirviera de precedente, la hora zulú eran las 10.00 a.m (siete horas por delante del horario español). Casi 500 kms nos esperaban por delante, así, para empezar. La información del breafing era bastante escasa, por lo que en parte íbamos a ciegas. Básicamente la forma de funcionar era un Track (una línea verde en el GPS) con Waypoints (puntos marcados en esa línea) hacia donde debíamos dirigirnos, lo cual suele ser bastante sencillo salvo en algunos casos que contaré más adelante.
“Ok guys, first waypoint, 179 – ST, will meet there, try to stay together”. Y así arrancó el Mongolia Challenge, con la primera orden de Lee, mandándonos dirigirnos hacia el punto 179, y recomendándonos mantenernos juntos. Lee es un inglés delgado, moreno de pelo corto y gafitas, por debajo de los 40 años, más tirando a serio que a bromista nunca sabes cuál es su estado emocional, que al conocer te da la sensación de ser un empollón matemático serio más que un aventurero empedernido, pero las apariencias engañan. Después de unos años en el ejército, y haber sido parte de algunas de las últimas guerras este apasionado de las motos y los viajes convirtió sus aficiones en su forma de vida. El negocio iba bien durante los primeros años, pero desde hace dos ya no llena sus viajes en apenas unos días, sino que los cancela uno detrás de otro. “El vuestro es mi último viaje, al llegar a Londres lo vendo todo y lo dejo”. Intuyo que la situación económica, junto con lo cansado de la tarea (disfrutar de varias semanas de aventura es cansado para los clientes, pero mucho más para el responsable de que todo salga bien) y tener a su mujer a punto de salir de cuentas te crea una sensación de estrés cuando llevas 3 ó 4 días sin cobertura, que acaba con tu paciencia.
Los primeros kilómetros de este primer día eran de atravesar la locura de ciudad de lado a lado, por lo que hubo un momento de indecisión de quien tomaría la iniciativa de lanzarse a dirigir al grupo. Nadie se arrancaba, así que apreté el embrague, metí primera…y que sea lo que dios quiera. Todos se situaron detrás de mí en fila india. Lo que en el taxi del aeropuerto había sido una locura en la que juré no conducir, se convirtió en la más divertida parte del día. Daba igual por donde pasaras, por las “aceras”, semáforos, entre coches, dirección prohibida…había un atasco monumental y la poco más de una hora que nos llevó salir de Ulan Bator fue divertidísima. A donde fueres, haz lo que vieres, incluso en la mayor selva asfáltica por la que más adelante pasaríamos, Kazajistán. Si vas a estos sitios a pararte en los stops, en los semáforos en ambar, ceder el paso o no adelantar en línea continua, eres carne de chatarra.
El día a día trascurría de la siguiente manera: Normalmente salíamos al amanecer, hacía las 6-7h nos levantábamos con la luz del sol, y unos 45 minutos más tarde, después de recoger cada uno su tienda y desayunar,
estábamos partiendo hacia el próximo destino. El track estaba cargado en los GPS que llevábamos cada uno, con un montón de puntos y cada mañana Lee nos decía hacía cual debíamos dirigirnos, arrancando así la etapa. También en el GPS teníamos marcadas algunas gasolineras, algún cruce que nos encontraríamos y hacia donde debíamos de torcer, si bien es cierto que llevábamos una idea clara, y es que básicamente siempre debíamos ir en dirección oeste, e ir mirando la brújula para no desviarnos mucho. Los primeros días los puntos de encuentro estaban entre 40 y 60 kms de distancia. Llegábamos, nos reagrupábamos, esperábamos al coche de apoyo que venía siempre por detrás y continuábamos hacia el siguiente. Normalmente tratábamos de ir juntos, pero es obvio que es tarea imposible: unos van más rápido, tienen más experiencia que otros. Unos paran a echar un cigarro, a hacer unas fotos, a descansar, donde otros no lo hacen. Si bien es cierto que era raro que no tuvieras siempre a alguien a la vista a lo lejos, y apenas llegábamos a los puntos con unos pocos minutos de diferencia. Normalmente llegábamos al final de la etapa hacia las 6 de la tarde, con el tiempo suficiente de buscar un sitio donde acampar, preparar la cena, montar las tiendas de campaña, tomar dos o tres cervezas mientras disfrutamos de una amena charla antes de dormir, a eso de las 23h.
Los primeros siete días transcurrieron en Mongolia, cinco acampadas seguidas, en mitad de la nada, y las dos últimas noches en Olgiy, muy cerca de la frontera oeste. Fueron siete días divertidísimos. Mongolia no tiene carreteras. Es país inmenso, alto, y muy rocoso. A pesar de que tiene inmensas llanuras bordeadas por altas montañas, el color verde a lo lejos donde intuyes grandes pastos no es más que el efecto óptico de unos pocos puñados de hierba que se abren paso entre su rocoso suelo. Es como una inmensa cantera de piedra, no hay árboles, por otro lado imposible de crecer en tan duro suelo. La ruta que realizamos tuvo que ser atravesando el centro del país, puesto que la programada por el norte fue abortada sobre la marcha debido a las inundaciones y desbordamientos de ríos que se estaban produciendo. Esto hubiera añadido bastante aventura al viaje y me hubiera encantado, pero en estos países salvajes te puede ocurrir que te encuentras un rio desbordado e infranqueable, además de invadeable, y la única opción es esperar 5 ó 6 días a que baje el nivel del agua lo cual era inviable para nuestra expedición.
Y así atravesamos Mongolia, durante una semana llena de sorpresas, la libertad de ser tú y tu moto, en mitad de la nada, vadeos de ríos que nos encontrábamos a nuestro paso, un par de caídas sin importancia de dos de mis compañeros, alguna difícil noche rodeado de mosquitos inmensos pero sobretodo la cura de humildad de aquellos que tienen menos que tú y que no les importa compartirlo, y es que cuando parábamos en cualquier sitio a descansar, a comprar agua, o a reagruparnos, niños y mayores venía corriendo a vernos, a sonreírnos, a tocar las motos…Al principio estabamos muy atentos a todas nuestras cosas siempre que parábamos: Casco, GPS, guantes, bolsa, etc…la sensación de que podían llevarse algo remitió cuando lees los ojos de esa gente, solo quieren una sonrisa, un abrazo, un gesto…no quieren tu GPS, ni tus guantes, ni tu casco. No lo necesitan. No lo ambicionan. Es gente sin maldad, gente que no ha conocido la riqueza, ni el dinero en exceso, ni la necesidad de querer más y más y más. No lo necesitan. Son felices. Son buenos. Jamás nos pidieron nada, jamás nos faltó de nada, es más, lo poco que tenían, incluso nos lo ofrecían y compartían. Trato de buscar la palabra para definirlos pero no la encuentro. No son pobres, no les falta comida, ni bebida, ni un techo. Nuestra sociedad los llamaría subdesarrollados…yo los veo naturales, puros, buenos. Supongo que estas virtudes son en la sociedad en la que vives inversamente proporcionales a la cantidad de dinero y “riqueza” que se mueve en dicho entorno.
Tener el poder de hacer sonreír a alguien es más importante que el de poder comprarle algo.
Llegamos al sexto día a Olgy, la ciudad mongola más próxima a las fronteras de China, Rusia y Kazajistán, donde hay una extraña mezcla de razas, fruto de la macedonia de culturas que en apenas unas decenas de kilómetros se mezclan….
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